Me confieso muy fan de las películas que le adjudican (casi) todo del peso al guion y a la interpretación. Esos filmes que bien podrían transcurrir en el escenario de un teatro o que, incluso, son adaptaciones de obras paridas por un dramaturgo. Me vienen a la cabeza decenas de clásicos, como Doce hombres sin piedad, Un tranvía llamado deseo o La ventana indiscreta. O algunas más recientes, El método, La cena de los idiotas o, incluso, Los odiosos 8 son buenos ejemplos.
Tengo que decir, en cuanto a La cena de los idiotas, que la versión para las tablas que tuve ocasión de ver hace unos años en el Calderón, protagonizada por Jorge Calvo, fue una de las experiencias más maravillosas de mi vida en un patio de butacas, pero esto se sale del tema.
Adonde yo quiero llegar es a The Guilty, de Gustav Möller, director y coguionista, con Emil Nygaard Albertsen, de este peliculón. Nunca he podido disfrutar de este filme en pantalla grande.
La primera vez vi esta peli fue en VOS, en la pantalla de mi ordenador, en la Seminci, poco antes de enfrentarme al texto que debía escribir la para la revista del festival. No solo me atrapó desde el minuto uno, sino que me preguntaba cómo la verían los demás espectadores. ¿Por qué? Porque la historia transcurre en la imaginación de cada cual, como cuando lees un libro, a través de los diálogos que un policía del 112 establece con personas que están en apuros.
Hace poco volví a verla, esta vez en una pantalla un poco más grande, la del televisor de mi salón, en una de las sesiones familiares de cinefórum que hacemos los sábados por la noche, pizza y cerveza (para los adultos) mediante. Soy muy pelma cuando veo pelis que me gustan, porque tiendo a querer que los demás no se pierdan lo que estoy viendo yo, pero me da la sensación de que mis hijas no se quedaron tan impresionadas con esta película que, por cierto, se llevó el Premio al Mejor Guion de la 63. ª edición de la Semana Internacional de Cine de Valladolid.
Pero, ¿qué es lo que yo estaba viendo? Hipertexto.
Hipertextualidad sin HTML
Hace unos años tuve oportunidad de escuchar una conferencia en la que el ponente explicaba cómo nos hacemos nuestra propia imagen mental a partir de un significante. Es decir, la palabra «manzana» hace que todos representemos en nuestra mente el objeto «manzana»; pero, ¿qué manzana? La mía es verde y roya. Y casi puedo notar su sabor extra ácido al imaginarla. La de ustedes a lo mejor es roja y brillante. O pequeñita y amarilla.
Cada significante que se pronuncia, en alto o no, obliga a hacer un enlace mental entre lo que alguien dice y lo que la mente de cada cual representa. Exige tirar de una suerte de banco de imágenes absolutamente personal. Si lo que alguien dice es un completo diálogo en el que se describe lo que ocurre en algún punto que tú no puedes ver, entonces ya no solo tiras de banco de imágenes, sino que tu mente es capaz de crear por completo el escenario, a los personajes, sus movimientos… ¿No es impresionante?
A mí me parece increíble. Y, además, encuentro que es un acto hipertextual en estado puro. Al fin y al cabo, eso es hipertexto, hacer una relación entre un «objeto» (palabra, frase, imagen…) que está ante tus ojos y otro que está en otra parte. En ese caso, por añadidura, ese «otro» se va autogenerando sobre la marcha. No solo es un ejercicio interactivo, como el hecho de leer un libro: es que además es el espectador el que pone el «cómo» a ese «qué» que le están contando. Y no con descripciones puras y duras, sino con pinceladas de diálogo.
La misma idea, versión rr. ss.
Hace poco me llegó por WhatsApp un vídeo divertidísimo de Tik Tok, una visita guiada de un padre con un gran sentido del humor a las distintas estancias de un hogar en el que se puede observar el comportamiento de los adolescentes como si un documental de Félix Rodríguez de la Fuente se tratara. Es exactamente el mismo efecto que en The Guilty, pero para hacer unas risas.
¡No me digan que no se han imaginado su propia casa (si tienen adolescentes) o la de sus padres (si todavía no los tienen)! Todos estos vídeos están en @elandrestorres, la cuenta en Tik Tok de este padre con un sentido del humor absolutamente genial.