Creo que nunca me había planteado el concepto de comunicación desde un sentimiento concreto. Sí tengo claro, desde hace muchos años, que es algo relacionado con las tripas, mucho más elemental que las señales tangibles, los códigos compartidos o los lenguajes más o menos artificiales, creados o impresos en el ADN.
Un antiguo post de este blog iba precisamente de eso, de cómo mi adorado profesor de Filosofía de los viejos tiempos de BUP y COU nos hizo llegar a la conclusión de que comunicarse, al final, no es otra cosa que entenderse. Y si no logras entenderte, no te estás comunicando. Y si lo consigues, no necesitas más que sentir lo que otra persona está sintiendo en ese mismo momento, y saberlo, y que ella lo sepa, aunque nadie diga nada.
Aquel viejo texto levantó la mano desde algún lugar oscuro de mi memoria el pasado miércoles, 20 de enero de 2021, cuando Sergio del Molino sentenció: «El dolor es el grado cero de la comunicación humana». Fue en el transcurso de su sesión en el Taller de Creación Periodística del Espacio 17 Musas, en el que también tuve la suerte de participar junto con él, con Carlos Fidalgo y con Antonio G. Encinas.
Del Molino ofreció una charla absolutamente magistral en la que explicó cómo se habían gestado y documentado tres de sus libros: La hora violeta (2013, Mondadori), Lo que a nadie le importa (2014, Random House) y La piel (2020, Alfaguara).
La frase del KO, la que te deja reflexionando sobre qué es y qué no es comunicación, va en relación con La hora violeta, que escribió tras la muerte de su hijo de dos años debido a una leucemia.
–Ahora se lleva mucho esto de la literatura del dolor -le dijo alguien.
–Pero qué literatura del dolor ni qué narices. ¡¿Es que está de moda que se te muera un hijo?!
Porque el dolor es universal, dijo. No depende de épocas históricas, da igual que se te muera un hijo ahora o hace 3.000 años. No depende de la cultura, da igual que se te muera un hijo aquí o en cualquier otra parte del mundo. Cualquiera sabe reconocer el dolor profundo de una pérdida y sabe reconocerse en el dolor profundo de otra persona.
Ahí está. Si la comunicación tuviera un cerebro, el dolor sería su hipotálamo.
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