Uno de los grandes escollos a los que se enfrentan los traductores es a las diferencias culturales, a la ausencia de palabras para definir un concepto que no existe en la cultura a la que va dirigida la traducción.
Me pregunto si también ocurre lo contrario: si habrá conceptos tan universales que no requieran ni traducción; palabras que no existan porque no necesiten ser pronunciadas.
Cuando en febrero-marzo de este mismo año (2012), con más o menos un mes de intervalo de tiempo mis hijas de 5 y 4 años me dijeron, respectivamente, «te quiero hasta el fondo de las palabras y vuelta» y «te quiero hasta el fondo de tu corazón y vuelta»(1), estaban diciendo lo mismo. Las palabras son el traje del hombre invisible, el envoltorio que nos permite ‘ver’ algo etéreo que, sin embargo, existe. Son un símbolo, del mismo modo que lo es un corazón en la definición de los sentimientos.
Es fascinante que esas dos frases definan la esencia del amor (en ese caso filial) por la misma vía: atravesar el envoltorio para llegar al fondo del asunto, al significado.
¿Habrá significados que no necesiten significantes, y por tanto ni siquiera somos conscientes de su existencia, ni de la inexistencia de la palabra con que comunicarlos?
(1) Quienes le hayan leído a un niño el maravilloso libro de Sam McBratney y Anita Jeram ‘Adivina cuánto te quiero’ sabrán a cuento de qué vienen las frases.